Pesadilla blanca
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Hace mucho que no recuerdo mis propios sueños. Me despierto con sus últimos jirones enredados en la almohada, y mientras me desperezo paladeo el regusto que han dejado (dulce, amargo… según cada cual), hasta que se desvanece por completo. La cosa es que hay sueños recurrentes de mi infancia de los que aún conservo una viva imagen.
Casi todos son pesadillas, la mayoría enternecedoramente inofensivas. Un monstruo por aquí, un tráiler de una peli de miedo que no debí haber visto por allá… Nada que cualquier niño no conozca. Sin embargo, hay una que me causa especial inquietud, aunque también una cierta admiración por la mente febril de un niño cagón. En ese sueño no hay monstruos, ni sangre, ni peligros concretos. Ni tan siquiera sé decir si aparece alguien que conozca. Yo creo que sí estoy presente, aunque es una presencia intangible, incorpórea, casi inefable.
Voy a intentar explicarme: esa pesadilla es un plano de ruido blanco burbujeante, como el de un televisor analógico desintonizado. Se diferencia de éste en que el patron forma una serie de surcos fijos, creando una suerte de laberinto. De hecho ES un laberinto, lo estoy viendo desde arriba, en plano cenital. El sueño también tiene sonido, también el típico chisporroteo de televisor viejo. Sensorialmente no hay muchos más detalles que explicar; lo realmente terrorífico de esta pesadilla de ruido blanco son las sensaciones que transmite. Si me da por fijar la vista en alguno de los surcos, se abre paso en mí la intuición de que yo estoy perdido dentro de él, aunque no alcance a verme. El sonido aumenta entonces de volumen hasta un punto ensordecedor, y la imagen se empieza a agitar violentamente. La evidencia cada vez más cierta de estar aislado en este rincón abstracto del laberinto me atenaza. Estoy solo, atrapado y desvalido, y no encuentro la manera de escapar de esta trampa. Mi familia y mis amigos se encuentran en alguna otra región inaccesible de este mapa en blanco y negro. La experiencia seguro que no es agradable para ellos tampoco, pero al menos están juntos, eso sí que lo sé. Y en cambio yo estoy incomunicado a decenas de pixeles de distancia, y ni tan siquiera sé si me echan de menos, si están preocupados por mí, si están intentando encontrarme…
El sueño no tiene ningún desarrollo. Las sensaciones que describo simplemente van aumentando en un cruel crescendo hasta que la angustia se hace insoportable. Al borde del umbral del dolor psicológico de un niño de 10 años, me despierto al fin. El ruido blanco ensordecedor va reposando, como una espuma de mar venenosa que se aparta sin dejar la piel mojada. Aún tardaran uno o dos minutos en deshacerse el nudo del pecho.